Angeles del abismo pdf




















Para terminar, le expuso el dilema en que se encontraba por el encargo del nuevo mosaico. Porque su redentor es un falso Huitzilopochtli. Lo peor es lo que han hecho con la pobre Tonatzin: la apartaron de sus hijos y la convirtieron en esa mona tiznada, patrona de los agachados, que ahora reina como usurpadora en el templo del Tepeyac.

Se robaron nuestros dioses y no quieren dejar huellas de su crimen. Por eso vine a pedirte ayuda. Creo que tengo un hueso roto. Ahora mismo voy por mis cosas. Era una joven de finos modales, no mal parecida, y las tripas se le retorcieron de envidia. Yo hago comedias, no obras de caridad. Siempre acabo haciendo lo que quieren las mujeres. Ya veremos si de veras le tienes amor a las tablas. En las fiestas nadie la igualaba, era la reina de los fandangos y las chaconas, con decirte que la gente dejaba de bailar para hacerle rueda.

En las partes de graciosa tu madre era un prodigio. Deshonra es holgar por dinero, no por amor. Si quieres a un hombre, le entregas todo, si lo dejas de querer te separas por las buenas, sin que eso traiga ninguna deshonra.

En eso era insobornable. Con tu llegada al mundo las cosas fueron de mal en peor. Era una calumnia, pero ella nunca pudo convencerlo de su honradez. Si quieres hacer dinero, ya puedes ir buscando otro oficio. Al verlos aparecer entre una nube de copal, los indios aplaudieron de pie.

Los comensales sonrieron con malicia. Sus despertares eran tan amargos que se quedaba largo rato llorando en la cama, sin fuerzas para vivir. Estaban ya en las inmediaciones de los volcanes, el viento soplaba con fuerza y los carruajes avanzaban despacio por el lodazal del camino.

Isabela y Nicolasa se despertaron sobresaltadas por la demencial carrera. Una vejiga de pulque recargada en el pescante denunciaba el motivo de su descuido. Los caballos iban al garete, patinando en el lodo como demonios enloquecidos. Libres de su carga, los caballos corrieron en tropel, pisoteando los almofreces del equipaje. Isabela y Nicolasa lanzaban quejidos lastimeros desde el interior del carruaje, y a unos pasos, el cochero andaba a gatas en el fango, sangrando por nariz y boca.

A pesar de su palidez rezumaba vida, como si debajo de esas carnes tentadoras guardara un brasero con olorosos perfumes. Claro, para ellos es una afrenta ver a una blanca en brazos de un indio. Hay tantos ladrones de caminos por estos pagos, que a veces uno ve moros con tranchetes.

Hubiera querido darle las gracias. Solo esto me faltaba. Pero ya era demasiado tarde para postrarse a sus pies. Pero antes estuve con los padres franciscanos en el convento de Tlalmanalco. Mi primer amo fue fray Gil de Balmaceda, un hombre muy santo.

Los indios tenemos prohibido ser sacerdotes. Obedientes al imperio de la sangre, ni ella ni Tlacotzin sintieron temor al pecado, y sus jadeos de placer, exentos de culpa, brotaron con la misma inocencia que el canto de los jilgueros. Eso se llama medrar a costa del pueblo.

Entraron en un largo regateo y Sandoval tuvo que referir al prior sus problemas para pagar los sueldos de los actores, en un intento fallido por conmoverlo. Y luego dicen que los criollos no saben representar.

Felicite de mi parte a su pilguanejo, para ser un principiante no lo hizo nada mal. El pobre Diego no tiene cabeza para ser comediante. Recuerde la sentencia de San Pablo: que tu mano izquierda no sepa lo que hace la diestra. No se meta en lo que no le importa.

Menuda joya se lleva. Ya no eres criado de nadie: haz favor de dejar esos antojitos. Tlacotzin bailaba dando saltitos, como en los tocotines, y Crisanta le marcaba el ritmo con su taconeo. Deja ya de portarte como sirviente. Necesito tenerte. Mejor vamos al granero —propuso Tlacotzin. Asomada por un hueco de las tablas, Crisanta vio a la Templanza en plena jodienda con un fraile dominico a quien clavaba los talones en las caderas. Buscaron sus prendas en la oscuridad para vestirse a las carreras.

Estaban perdidos: era la nieta de don Pedro. A juzgar por sus ojeras, no era la primera vez que se desvelaba leyendo. Tlacotzin y Crisanta se sintieron cohibidos, como si hubiesen profanado un templo del saber. Se enoja mucho cuando me vengo a leer por las noches.

Tlacotzin y Crisanta se miraron con perplejidad. Quiero verla montada por buenos actores. Esta criatura ha sido tocada por el fuego sagrado del genio. Soliviantadas por la maldad de Crisanta, las mujeres devotas del pueblo le arrojaron huesos de tejocote a la hora de los aplausos. Antes de salir a la gira, mi obra fue autorizada por los expurgadores. Solo quise mostrar las formas que el demonio adopta en esta tierra.

Necesitaba llegar pronto a una posada, para arroparlo bien y darle una friega de vinagre. Recuerda que la mayor fineza de Cristo fue humillarse ante los inferiores. Le irritaba sobremanera que por la incuria de sus habitantes, una ciudad tan bella de puertas para adentro fuese tan horrible de puertas para afuera. Pero aun si Dios dispusiera mandarlo llamar, recuerda que no pierde nada quien gana la gloria.

No puedo acostumbrarme a ver la muerte como un bien. Y para que puedas comprender mejor esa dicha inefable, te traje este librillo.

Es la mejor lectura que puedo recomendarte en estos momentos. Cada semana hay un colgado en la Plaza Mayor, y los ladrones siguen tan campantes. El pecado es beberlo en exceso. Al recibir la bolsa dio una generosa propina al criado filipino. Nadie en el convento debe saber que tuve este antojo. Mira que soy tu madre y te puedo callar de un sopapo. Amo a Cristo con fervor, pero no me siento digna de ser su esposa.

Esto ya no tiene remedio. Te he dicho mil veces que no podemos forzarla a casarse. Las glorias mundanas son un lastre para alcanzar la vida eterna. Muchos desahuciados han vuelto a la vida gracias a sus conjuros. Nadie mejor que fray Juan para abrirte las puertas del cielo. Tengo el mayor respeto por los votos sacerdotales, y nunca me hubiese atrevido a ofenderlo con insinuaciones torpes, sin tener indicios ciertos de que sangramos por la misma herida.

Aborrezco la carne tanto como vuestra merced, pero a veces complacerla en sus apetitos puede ser un acto de misericordia. Era una negra de la edad de Leonor, con ojillos vivaces, cintura breve y talle ondulante codiciado por los vagos callejeros. Estoy enamorada y quiero que le lleves una carta a mi adorado tormento. Celia vio el pliego con recelo.

Esto debe quedar entre nosotras, Celia. Las mujeres no podemos entrar al claustro. Ese marica tiene hielo en la sangre. Celia quiso enrollar el pliego y Pedro le detuvo el brazo.

Los ojillos rasgados del filipino chispearon de malicia. Ay, Virgen Santa, con esta reuma ya no puedo ni caminar. Quisiera ofrecerles una silla y un jarro de atole, pero ya ven la pobreza con que vivimos. Estos muebles se caen de viejos, y hay tantas goteras en el techo que en tiempo de lluvias el agua nos llega hasta los tobillos. Hasta los perros callejeros comen mejor que nosotras.

Entre las dos le hicimos un pesebre con pencas de maguey y de noche lo arrullaba como si fuera su hijo. Los visitantes asintieron con la cabeza. Sofocados por el humo de las veladoras, los visitantes se amontonaron a un lado del altar, temerosos de perturbar el rapto de la iluminada, que a juzgar por su palidez, ya estaba en la antesala del otro mundo.

Son pobres y no les alcanza para comprar el cielo. Bastante hacen con dar algo. Solo quiero tu bien y por eso me preocupa que no levantemos cabeza. A este paso nunca vas a juntar para el viaje a Cuba. Viene en una carroza muy grande y parece gente principal.

Con suerte lo encontraremos despierto. Es hora de que descanses, hija. No quiero entrar en discusiones cuando vengo a invocar el favor de Dios. Por lo visto, el granuja estaba gozando la rogativa. Hay que tener paciencia y confiar en Dios.

No es justo que una doncella tan virtuosa viva como pordiosera en un cuchitril. Solo un clavo en el orgullo y nuevas razones para odiar su miseria. Ve a ponerte en la cola, que ya tocaron a laudes. Vamos a la calle a buscar un alma caritativa. Vuesamerced siempre anda en la quinta pregunta. Se ve que la vida te trata bien. Por amor propio, el poeta se tuvo que tragar el coraje. Embustero de mierda, fingirse pobre con una talega llena a reventar. Al pobre se le iban los ojos en todos los puestos de fiambres; era joven, y a esa edad el cuerpo necesitaba sus tres comidas.

Ya mero es hora de levantar mi puesto. Con una calabaza me tapo la cabeza y los cojo por sorpresa cuando se acercan a la orilla del lago. Hubiera vendido su alma al diablo, si algo valiera, por holgar una noche con esa vestal.

Era el alma de la tertulia, y no hubiera cambiado esa humilde choza por el trono de un monarca. A otro perro con ese hueso.

Descansaron abrazados hasta recuperar el aliento, la cabeza de Crisanta reclinada en su pecho cobrizo. Solo fumo un cigarro y me voy. Tlacotzin fue a verlo con los huevos encajados en las ingles, desmorecido por el punzante dolor del hipocondrio. Si para entonces lo tienes parado, regresa a verme.

Esta capilla pertenece a nuestra orden. Una cosa era servir a los amos por necesidad y otra muy distinta sentirse interior a ellos por un designio fatal. El anciano llevaba aderezos dorsales de oro, sartales de piedras preciosas en el cuello y orejeras de obsidiana roja.

Quiere verlo de inmediato en sus aposentos. Veo que esta muchacha ha seguido al pie de la letra mis sermones. De una sierpe como ella se puede esperar cualquier cosa. Pagado el soborno de rigor, los achispados frailes entraron a trompicones y al pasar por su escondite le echaron una tufarada de vino.

Nuestros planes fallaron. Si hablan de la carta estamos perdidos. Tu libertad y mi futuro penden de un hilo. Salva nuestro pellejo, por el amor de Dios. No se ha movido de su lado desde ayer por la noche. Antes de salir, Celia se dio media vuelta, la mano en el pomo de la puerta. El ardor juvenil de su mirada chisporroteaba juramentos de amor. Primero el donativo a nuestra orden y ahora esto. Vayamos al oratorio a rezar un trisagio. Esta semana sin usted fue un calvario.

Me temo, hija, que ese hombre no te conviene. No le agradaba en absoluto el rumbo que iban tomando las cosas.

Denle gracias a Dios, pues he visto morir a muchos enfermos aquejados de su mal. Hablaba consigo misma en un idioma incomprensible, que los visitantes no atinaron a discernir si era griego o hebreo. Por complacer a sus clientes, Crisanta quiso darles una esperanza: —Estoy en el Purgatorio, pagando mis horribles pecados. Pero gracias a vuestra ayuda tengo la esperanza de salvarme. Amparadlos a todos, para que Dios me perdone. Siempre voy a misa a la parroquia de mi barrio, en San Pablo.

Yo solo quiero padecer desprecios y humillaciones para ser una digna esposa de Cristo. La Iglesia corre grave peligro cuando el vulgo manosea las cosas sagradas. A tiro de arcabuz se nota que esa beata es una embaucadora. Por eso Cristo habla por su boca, los ilumina para ver las cosas futuras, y se les muestra de cuerpo presente con todo el resplandor de su gloria. Y mi hija se atreve a decir que Crisanta es una charlatana. Quisiera que todo mi cuerpo y alma se despedazaran para mostrar el gozo que siento al padecer con Cristo —dijo—.

Al contrario: le daba gusto ayudarlos en la noble tarea de esquilmar a los ricos. Una pobre turulata como yo, que solo se ocupa de adorar a Dios, no tiene luces para darle consejo en un asunto tan delicado. Hace una semana que no hago una comida completa.

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Mestiza piojosa! Crisanta no era mestiza sino castiza y su padre le haba aconsejado hacer. Jdete, perra pens. Tus insultos se me resbalan. Sali de La Amiga cuando el da comenzaba a pardear. En la puerta del colegio, las madres y las criadas aguardaban la salida de las escolapias.

Crisanta odiaba ese momento, pues no tena a nadie que la fuera a recoger y quedaba en evidencia frente a todas sus compaeras. Con envidia vio a Marisol montar en un coche de cuatro caballos, conducido por un mulato de librea, y.

Haba menos animacin en la ciudad, porque los comercios ya haban cerrado y los perros se iban adueando de las calles, reunidos en jauras alrededor de los tiraderos. Las campanas de los conventos anunciaron la hora nona y su agnica meloda le infundi un hondo pesar. Otro da yermo se acercaba al ocaso, mientras ella iba acumulando ilusiones rotas. Dobl a la derecha en la calle de los Rebeldes y al pasar por la entrada del Hospital Real de Indios sinti el suave escozor de la tentacin.

Ah adentro, en el ancho terreno del. En ese retablo de maravillas haba aprendido a diferenciar el vasto repertorio de las pasiones humanas: los celos, la envidia, el despecho, la clera, el amoroso cuidado, representados con tal donaire que muchas veces el fingimiento de los actores correga y mejoraba la realidad. La entrada al teatro del hospital estaba prohibida a los nios, pero Crisanta se saba de memoria los pasadizos secretos por donde poda llegar hasta el corral de comedias sin ser vista por los porteros.

A esa hora su padre quiz estara. A veces no poda volver a casa por su propio pie y se quedaba dormido en cualquier banqueta. Pero quiz esa tarde hubiese regresado temprano, solo o acompaado, y en ese caso notara su retardo. Las amenazas de esa maana le haban helado la sangre, y el instinto de conservacin le ordenaba obedecer.

Sin embargo, la osada venci al miedo y; con sbita audacia, se col al hospital por en medio del enrejado. Para esquivar el patio central, donde siempre haba movimiento de enfermeros y practicantes, tuvo que entrar a la sala de los hidrfobos, ocupada por indios de ojos amarillos. Aqu santa Catalina estara en la gloria, pens. Para escapar del hedor tuvo que refugiarse en la ropera, donde las sbanas apiladas olan a alcanfor. Escondida detrs de un bargueo vio pasar a una pareja de frailes hiplitos que llevaban el vitico a un moribundo.

Cuando ya no hubo moros en la costa, emprendi la carrera por un pasillo lateral que desembocaba en el cementerio. Agachada la cabeza para no ser vista por el velador, que varias veces la haba sacado de la oreja, recorri una larga hilera de tumbas, ocultndose detrs de las lpidas, hasta.

Escal la armazn de madera con movimientos seguros y diestros, sin dejarse amilanar por el vrtigo. Al llegar a la parte ms alta levant una de las tablas, que ella misma se haba encargado de aflojar en incursiones previas, y colndose por la rendija sali directamente a la hilera de palcos, la zona ms lujosa del teatro, provista de antepechos con balaustres torneados y celosas con sus correspondientes postigos, para ver sin ser visto.

Los miembros del cabildo metropolitano, a quienes estaban reservados esos lugares, jams hubieran sospechado que una nia. Abajo quedaba la espaciosa cazuela destinada al pblico en general, y enfrente el escenario, con el escudo de las armas reales al pie del tablado.

La compaa estaba ensayando en ropa de calle. El director, don Julio de Cceres, un hombre delgado y nervioso que tena el libreto sobre las rodillas y llevaba una pluma de ganso en la oreja, daba indicaciones a la primera actriz Isabela Ortiz, que estaba haciendo una escena de amor con el galn Juan de Saldaa.

Crisanta haba visto triunfar a los dos actores en muchas comedias y les profesaba una admiracin rayana en la idolatra. Qu pasa contigo, Isabel? Ese ademn es muy afectado y ests recitando con tono. Por favor, reptelo sin declamar. Y t, Juan, cgela de la mano, que ests oyendo una declaracin de amor. Mi intento fue el quererte prosigui con acento febril, mi fin amarte, mi temor perderte, mi deseo servirte y mi llanto en efecto persuadirte que mi dao repares, que me valgas, me ayudes y me ampares Excelente!

Aplaudi el director. Has estado maravillosa, Isabel. Ahora quiero que hagan de corrido toda la escena muy amartelados. T, Anselmo un muchacho pelirrojo asom la cabeza tras bastidores, llvales el traspunte por si se olvidan del dilogo.

En la imaginacin, Crisanta supli los trajes informales por el fastuoso vestuario del estreno, y embebida en los parlamentos, cambi su envoltura carnal por la de todos los personajes. Hasta los viejos y los graciosos tenan un rinconcito en su alma ecumnica. Hechizada por la perfecta entonacin de los cmicos, quienes parecan inventar cada rima al momento de pronunciarla, fue cayendo en un placentero letargo y no recobr la nocin del tiempo hasta.

Al descubrir que ya era de noche, sinti una fuerte punzada en el vientre. Su padre quiz llevaba un buen rato esperndola, con el rebenque listo para zumbarla. Se descolg en volandas por la armazn de madera, con riesgo de romperse la crisma, y para evitar el rodeo por en medio del hospital salt la barda del cementerio, que daba a la calle de Zuleta.

Su casa quedaba a dos cuadras, y echando los bofes corri hasta el zagun de la vecindad, tenuemente iluminado con una buja de aceite. Al cruzar el. La oscuridad y el silencio de la vivienda le confirmaron que su padre no haba vuelto an. En la despensa solo quedaba un poco de arroz con menudencias. Lo devor de tres cucharadas, y de postre se comi el tamal de dulce que llevaba en la mochila. Terminada la merienda, sac de un bal guardado bajo su cama una vieja mantilla que haba pertenecido a su madre, se puso una vieja peineta similar a la de Isabela Ortiz, y alumbrada por un veln, recit frente al espejo del armario: Por haberte querido, fingida.

Dio un sorbo largo al pomo de aguardiente que llevaba en la faltriquera, asido al respaldo de la silla para no irse de bruces, y al or el recitado de la nia se asom por detrs del biombo. Sus ojos despidieron una centella fra cuando contemplaron la escena ensayada frente al espejo.

Mi intento fue el quererte, mi fin amarte, mi temor perderte y mi llanto en efecto persuadirte, que mi dao repares,. Se abalanz hacia la nia con un hilillo de baba cayndole del mentn, los brazos tendidos como sonmbulo. Al orlo, Crisanta salt como picada por un alacrn. Has vuelto, puta. Onsimo la tom de los hombros. Cmo te atreves a profanar este santo hogar? Soy yo, pap intent decir Crisanta, pero su padre la call de un.

Al verla sangrar del labio superior, la alquimia de las pasiones transform su clera en lubricidad, y con la urgencia de un apetito largamente aplazado le plant un beso en la boca. Paralizada por la brutal embestida, por los dientes que le mordan la lengua y, sobre todo, por la sorpresa de envejecer diez aos en un parpadeo, Crisanta se dej desgarrar el vestido y estrujar los senos, dos pequeas colinas en gestacin, sintindose vctima de su propia comedia. Onsimo la derrib en el suelo de un empelln, y al tenerlo encima, la pelambre de su pecho le produjo arcadas de vmito.

Vuelto en su contra, el equvoco fabricado tras bambalinas suplantaba a la realidad, y ahora, le gustara o no, tena que reemplazar a la primera actriz, ay! Bajo la tilma de algodn tena los brazos ateridos de fro, pero no se los frotaba por temor a despertar la clera de Axotcatl, que lo reprenda con severidad a la menor seal de flaqueza.

Era un padre adusto, con un rostro de pedernal donde nunca se reflejaban las emociones. Parco en el hablar, prefera comunicarse con seas y gestos, como si.

Tlacotzin lo quera y lo respetaba, sin poder separar la admiracin del miedo. Resenta su falta de afecto y hubiera deseado tener un padre ms carioso, pero en maanas como esa, cuando lo acompaaba a cazar aves de rico plumaje, ningn resentimiento poda empaar el gozo de serle til y ser tratado como persona mayor. Cortaron camino al llegar al punto ms empinado de la pendiente y se internaron por la maleza, las cerbatanas de carrizo en la boca por si avistaban alguna presa. Pasaron un largo rato al acecho sin hallar ningn ave fina: solo.

Cuando la salida del sol descorri el teln de niebla que ocultaba la ladera de los volcanes, quedaron a la vista las cumbres nevadas del Popo y el Izta. Con las orejas desentumidas por la tibia resolana, Tlacotzin pudo aguzar mejor el odo. Nada, ningn trino excepcional sobresala entre el piar del vulgo emplumado. Al fondo, el murmullo del ro Atoyac le prometa una feliz zambullida al trmino de la jornada. Qu ganas de sentir en el pecho el borboteo del manantial. Las pantorrillas ya le empezaban a doler de tanto esperar en cuclillas, pero ni pensar en quejarse.

Contenida la respiracin, se deslizaron hacia el rbol con pasos suaves, entre las matas de tepoztones que les llegaban a la cintura. Parapetados detrs de una roca alcanzaron a ver al esplndido pjaro: era un colibr de cola amarilla, una de las aves preciosas ms codiciadas por los amantecas.

Llevaban tres semanas en busca de un ejemplar como ese, indispensable para terminar el mosaico de plumas que haban dejado incompleto. Era su gran oportunidad y no podan desaprovecharla. El pjaro alz el vuelo con gran alharaca y Axotcatl le clav una mirada de odio. Estoy perdido, pens Tlacotzin, recordando los atroces castigos que le impona su padre a la menor falta: piquetes en la lengua con espinas de maguey, varazos en la espalda, respirar de rodillas humo de chiles quemados.

Por instinto de supervivencia dirigi la cerbatana hacia las alturas y con ms suerte que puntera, cort el vuelo ascendente del colibr, que se fue a pique con el pecho traspasado. Ni en sueos haba acertado. Complacido, su padre salt de jbilo.

Muy bien, chamaco, eres mejor cazador que yo dijo en nhuatl, y su brusco palmoteo en la espalda colm de orgullo al pequeo Tlacotzin. Pasaron el resto de la maana acondicionando las plumas del colibr en una vieja choza de adobe que serva como bodega de maz en tiempos de la cosecha.

Por alguna razn misteriosa que Tlacotzin desconoca, su padre siempre se refugiaba en ese lugar para trabajar en el mosaico de plumas y le haba prohibido hablar del asunto a su madre sin mayores explicaciones: Esto es cosa de hombres, ella no se tiene que.

Tlacotzin se encargaba de pegar con engrudo la primera capa de plumas corrientes sobre una penca de maguey. Cuando el engrudo secaba, Axotcatl proceda a pegar la pluma fina sobre el dibujo previamente trazado sobre la penca. Quera ensear a Tlacotzin todos los secretos del oficio, como su padre lo haba hecho con l, para que de grande fuera un buen amanteca.

El dibujo del mosaico era una figura de Huitzilopochtli, formada con crneos, intestinos, orejas y corazones, donde cada miembro y cada vscera estaban coloreadas con plumas de distinto color. Al aadir las plumas amarillas del. Eran el ingrediente principal de la imagen, explic Axotcatl a su hijo, porque Huitzilopochtli haba hecho salir el sol y en todos los altares se le representaba con ropaje amarillo.

Aunque la cosmogona mexicana estaba llena de misterios para Tlacotzin y a duras penas comprenda el orden jerrquico de los dioses, sonri con legtimo orgullo al ver terminada la obra, que senta suya por haber proporcionado a su padre la materia prima para culminarla. Listo, ahora vamos a dejarla secar.

Mete las plumas que sobraron en un saco le orden Axotcatl y. Al ejecutar la orden, Tlacotzin no resisti la tentacin de guardarse como trofeo una pluma del colibr.

Subieron por las faldas del monte hasta llegar a su milpa, cercada con una hilera de nopales y magueyes. Dos escuintles salieron a recibirlos ladrando como demonios y casi derriban a Tlacotzin por la enjundia de sus cabriolas. A lo lejos, el olor de los frijoles con epazote que vena del jacal les despert el apetito. Tlacotzin quiso correr a los brazos de su madre, pero Axotcatl lo sujet del hombro.

Esprate, tu madre tiene visita. Haba visto a su mujer, Ameyali, saliendo de la choza con un fraile. Ocultos detrs de una empalizada espiaron al intruso: era un hombrecillo enteco de luengas barbas, con la mollera colorada por el sol, trasijado por las fatigas a pesar de su juventud.

Vesta un hbito pardo lleno de remiendos y andaba descalzo. De rodillas, Ameyali recibi su bendicin. Quiso regalarle una gallina en seal de gratitud, pero el fraile rechaz el obsequio con noble desinters. Tlacotzin pudo sentir la marejada de indignacin que suba por el pecho de Axotcatl. Hasta prepar la cerbatana esperando una orden de ataque, pero su padre contempl toda la.

Qu quera ese zopilote? Ameyali estaba dndole vueltas a los frijoles y dio un salto al escuchar el vozarrn colrico de su esposo. Mir a Tlacotzin, se recompuso y contest con aplomo: Lo mismo de siempre. Bautizar al nio. Y qu le dijiste? Que t no quieres, pero que yo voy a convencerte. Primero pasan sobre mi cadver se sulfur Axotcatl. Esos frailes canijos no me van a robar a mi hijo.

Nadie te lo va a robar. Solo quieren bautizarlo y llevrselo a la doctrina contraatac Ameyali, poniendo un plato con frijoles en el petate donde se haba sentado Tlacotzin. Es por su bien: este nio necesita aprender castilla. Si les entregamos al nio, nuestra madrecita nos va a castigar advirti Axotcatl en tono proftico.

Y t sers la primera en sufrir su venganza, por adorar a ese falso Dios. Cristo Jess es el nico Dios verdadero. Cundo entenders que tus dioses ya estn muertos? De nosotros depende que sigan vivos. Axotcatl endureci la voz. Desde nio me ensearon a honrarlos y lo mismo har este nio cuando yo me muera.

Angustiado por la aspereza del altercado, Tlacotzin hubiera querido esconder la cabeza en la tierra. Una vez ms la religin enfrentaba a sus padres y l quedaba en el centro de la pelea, con el corazn partido por la mitad. Arropado en la ternura de Ameyali, un contrapeso indispensable para soportar las rudezas paternas, vea el mundo a travs de sus ojos, y como nunca poda contrariarla en nada, a escondidas de pap repeta las oraciones cristianas que ella le haba enseado, pero se preguntaba por qu el crucificado no.

Ameyali dio la espalda a su marido y fue a calentar tortillas en el fogn, con dos hilillos de lgrimas en los pmulos. Hubo un largo silencio, tan denso como la humareda que llenaba el jacal. Axotcatl haba perdido el hambre. Hizo a un lado su plato de frijoles y se sirvi pulque en una jcara. Vino a verte Coanacochtli, con sus dos hermanos dijo Ameyali, contrita. No quiero a esa bruja en mi casa. Dicen que se aparece en los velorios para quitarles los santos leos a los difuntos y encaminar sus almas al Mictln.

De seguro te anda buscando. Me lo va a prohibir tu padrecito? Los frailes ya saben lo que andan haciendo en las cuevas y van a mandar alguaciles para caerles encima.

Que se atrevan. Coatlicue no desampara a sus hijos. Coatlicue es un engendro del demonio lo encar Ameyali. Eso dice fray Gil.

Ella y todos tus dioses son diablos que se alimentan de sangre. Te molesta la sangre? Axotcatl descolg el Cristo que Ameyali tena colgado encima del fogn. Pues mira lo que los blancos le. Ellos son ms sanguinarios que ningn dios mexicano. Axotcatl parti en dos el crucifijo y lo ech a las llamas. Maldito, te vas a pudrir en los apretados infiernos dijo Ameyali, lanzndole una andanada de golpes y rasguos.

Cllate, infeliz la abofete Axotcatl, y desde su lugar, Tlacotzin sinti el golpe en carne propia. Por traidores como t, los espaoles nos robaron la tierra.

Seguro de haber hecho justicia con el castigo a la impa, Axotcatl sali del jacal a ventilar su clera y Tlacotzin se acerc a su madre, que se haba quedado. Humedeci un trapo para lavarle la pequea cortada, con una sensacin de desamparo csmico, pues intua que la ria de su familia no era sino un reflejo en miniatura de otra guerra mayor, la que libraban en lo alto unos dioses demasiado arrogantes y altivos para caber en el mismo hogar.

En esa guerra, a su juicio, los dioses paternos llevaban ventaja, pues con la fuerza que ellos le daban, Axotcatl vapuleaba siempre a su madre, y ella no poda devolverle los golpes por ms que le rezara al Seor Jess. Consolada por las ternezas de Tlacotzin, Ameyali apag el fogn y. Con las cenizas traz la seal de la cruz en la frente del nio.

Jrame por Dios que vas a ser un buen cristiano. Lo juro. Pero esa misma tarde, cuando sali a jugar en el campo, Axotcatl le puso delante un dolo de piedra y tuvo que hacer el juramento contrario, con la sensacin de ser un traidor por partida doble. Tres das despus, una fuerte zarandeada lo despert a medianoche. De rodillas, con un penacho de plumas y el rostro cruzado por franjas rojas y verdes, su padre lo urga a levantarse.

Un ocote encendido proyectaba un resplandor naranja sobre su rostro, en el que advirti una malvola turbacin. En el petate de al lado, su madre dorma envuelta en un grueso jorongo. Axotcatl no quera despertarla, y con el dedo en los labios le impuso silencio. Tlacotzin se levant ms dormido que despierto. Pasaba algo malo?

Los totoles se haban escapado de su jaula otra vez? Sin dignarse responder nada, su padre le ech una manta sobre los hombros y a empujones lo sac del jacal. A dnde vamos? Sordo a sus preguntas, Axotcatl lo mont en una mula ensillada y encendi una antorcha con el fuego del ocote. Tlacotzin sinti escalofros: nunca lo haban despertado a esas horas y el silencio de su padre lo intimidaba tanto como el lbrego canto de las lechuzas.

Me quiere llevar a vivir a otra parte, pens, nunca ms voy a ver a mi mam, y esa conjetura fue tan amarga que no pudo contener el llanto. Cllese, chilln lo recrimin Axotcatl con un manazo en la nuca.

Reprimi cuanto pudo los gimoteos, pero no dependa de su voluntad refrenar el torrente de lgrimas que brotaba de sus ojos y fue baando con ellas el largo y abrupto sendero que recorrieron a tientas, bordeando la Sierra Nevada entre peas, zacatales,.

Por un momento contempl la posibilidad de escapar corriendo, para refugiarse en los brazos protectores de mam, pero lo contuvo el temor a ser devorado por las fieras del bosque apenas se adentrara en la oscuridad. En un descanso del camino, Axotcatl sac de su morral un trozo de cecina envuelto en una tortilla dura y lo oblig a pasrselo por el gaote con un trago de pulque.

Siguieron subiendo por una pendiente muy empinada. Cada vez que oa el aullar de los lobos, las corvas le temblaban de miedo. Su padre, en cambio, pareca disfrutar el tenebroso paseo. Iba a pie llevando las riendas de. Por el brillo de sus ojos se dio cuenta de que ni siquiera senta la fatiga, como si caminara en sueos. Mecido por el vaivn de la mula, poco a poco Tlacotzin fue perdiendo el miedo que lo mantena en estado de alerta hasta caer vencido por el sopor. Cuando despert, la mula se haba detenido en la entrada de una cueva.

Dos hombres ataviados con lujosos maxtles se adelantaron a recibirlos. Adelante, ya est listo el teocalli dijo el ms alto, que llevaba un tocado de caballero guila. Su compaero, con arreos de. Entraron por una bveda iluminada con pebeteros, donde los mayores deban agacharse para no topar en el techo, y Tlacotzin, que an estaba amodorrado, se despert del todo al percibir el intenso olor del copal.

Al llegar al corazn de la gruta se frot los ojos, incrdulo: Segua soando o su padre haba obrado un encantamiento? Adornado con doseles de pedrera, pinturas rupestres y mosaicos de plumas, entre ellos el de Huitzilopochtli realizado con sus propias manos, el templo clandestino incrustado en el vientre de la montaa le record las.

Esto era el paraso? No haba que morir para conocerlo? Axotcatl lo baj al suelo y por un tapete de flores caminaron hacia el altar de los dolos, colocado sobre una roca tallada.

Coanacochtli, una vieja de pelo blanco y anchas caderas, vestida con una piel de jaguar, le dio la bienvenida con un abrazo ms ceremonial que afectuoso. Su padre lo sent en un lecho de heno a un costado del altar. Algrate, hoy es el gran da en que vamos a presentarte a los dioses.

Los cuatro oficiantes se sentaron en semicrculo alrededor de los dolos, los. El caballero guila hizo circular una caa de humo aromtico.

Axotcatl le dio tres largas chupadas, sus pupilas se agrandaron y su rostro engarrotado adquiri por fin una textura humana. Pareca tener el cuerpo en una parte y la mente en otra, pero su cara de felicidad caus una grata impresin a Tlacotzin, que hubiera querido aspirar tambin ese dulce beleo. Cuando todos hubieron fumado, Coanacochtli tom una espadaa, se perfor con ella el lbulo de la oreja y coloc la punta ensangrentada en la boca de Coatlicue, que comparta el centro del altar con su hijo Huitzilopochtli.

Mujer blanca, madre de los dioses, bebe la sangre de tu humilde hija. T que fuiste preada por una bola de estambre, t que engendraste sin conocer varn, acepta nuestro humilde sacrificio en esta hora de quebranto para nuestra raza. Somos tus adoradores ms fieles, los que nunca te abandonaron, oh deidad soberana, y queremos entregarte al pequeo Tlacotzin, para que lo acojas en tu regazo.

A una seal de Coanacochtli, Axotcatl alz al nio y lo llev al pie del altar. La sacerdotisa tom otra espadaa y perfor la oreja de Tlacotzin. Estaba tan impresionado con la ceremonia que se trag el dolor sin. Coanacochtli acerc la espadaa reida en sangre a la sedienta boca de piedra. Bebe la sangre de tu hijo, cobjalo bajo tu falda de serpientes, oh madrecita nuestra, recibe esta ofrenda como prueba de nuestra lealtad. Tlacotzin volvi a sentarse en el heno, y a continuacin, el caballero guila sac una codorniz de una jaula.

Cogida por la cabeza, la coloc sobre una piedra plana de forma circular y su compaero, el caballero tigre, le clav en el pecho un cuchillo de obsidiana. Junto a la piedra de los sacrificios haba una figura de Huitzilopochtli hecha con masa de maz. Axotcatl descolg el. El caballero guila ba el dolo con la sangre del ave. Cuando la codorniz termin de revolotear y desangrarse, Coanacochtli arranc un pedazo del dios y se lo ofreci al nio.

Este es el teocualo. Come la carne de Huitzilopochtli, el que habita la fra regin de las alas. Saborea este divino manjar empapado en la sangre de sus criaturas. Tlacotzin hizo un gesto de repugnancia, pero al ver la mirada apremiante de su padre se trag el bocado sin pestaear. Conmovido hasta. Era un padre totalmente desconocido. Los dioses haban hecho el milagro de humanizarlo y Tlacotzin dese vivir para siempre en esa cueva encantada donde los afectos no tenan restricciones.

La caa de humo volvi a circular entre los cuatro oficiantes. Reanimados por la nueva bocanada, el caballero guila y el caballero tigre empezaron a danzar alrededor del dios de maz, agitando sonajas y cascabeles, mientras su padre arrancaba hondos suspiros a una flauta de caracol. Coanacochtli entreg a Tlacotzin un pequeo atabal, y contagiado por el jbilo reinante, se puso a taerlo con las dos manos, tratando de seguir el ritmo de los danzantes. La fiesta dur hasta ms all del amanecer. Las repetidas aspiraciones de humo aromtico fueron sumiendo a todos en el sopor.

Primero el caballero guila cay vencido en el lecho de heno, luego el caballero tigre se acurruc en un rincn de la cueva. Axotcatl se qued dormido con una sonrisa de beatitud, acunando el caracol en los brazos, y Coanacochtli, la ms resistente, cerr los ojos en mitad de una plegaria a los dioses. Solo Tlacotzin, que haba dormido en la mula lo. A solas con los dolos, por un momento sinti que esas figuras estaban vivas, tanto o ms que los durmientes, y que la Coatlicue de piedra se animara en cualquier momento para llevarlo a conocer su reino de sombras.

Un viento helado le recorri el espinazo al escuchar una voz femenina: Hijo mo. Con sacro terror se acuclill ante la diosa, como haba visto hacerlo a la sacerdotisa, pero en vez de adorarla con la cabeza agachada, cometi la blasfemia involuntaria de persignarse a la usanza materna.

Hijito repiti la voz, ahora ms clara, y al orla mejor descubri que vena de sus espaldas. En la entrada de la cueva estaba Ameyali, empolvada de pies a cabeza, con el huipil en jirones y el cabello en desorden, como si hubiera peleado con una jaura de coyotes.

Tlacotzin se horroriz al ver las sangrantes llagas de sus pies. Mamacita la abraz con ternura. Hijo mo, ests bien? Qu te hicieron esos malditos?

Tlacotzin no quiso responder, pues temi hacerla enojar si le deca la. Quiz esos dolos fueran demonios, como ella deca, pero gracias a ellos su padre le haba mostrado cario. Ameyali lo llev a la salida de la cueva con mucho sigilo, pues tema una violenta reaccin de Axotcatl si la encontraba en ese lugar. Afuera lo mont en la mula, que haba quedado atada a un rbol. Te voy a llevar muy lejos de aqu dijo en voz muy queda, adonde tu. Al atardecer, tras un largo recorrido por la Sierra Nevada, donde la mula resbal varias veces en las laderas, bajaron al valle de Amecameca y continuaron hasta el pueblo de Tlalmanalco.

Era da de tianguis y la gente apeuscada en los puestos se apartaba con estupor al ver la maltrecha humanidad de Ameyali. Entraron a un convento de aspecto austero y paredes mohosas, en cuyo patio central haba una fuente de piedra con la estatua de san Francisco de Ass. Un novicio de cara lampia que lea en una banca sali al encuentro de Ameyali.

Qu busca? Vengo a ver a fray Gil de Balmaceda. El novicio los condujo por los oscuros pasillos del convento, donde los ecos de sus pisadas parecan repetirse hasta el infinito. En las paredes haba cristos crucificados, santos varones con calaveras y retratos de mrtires degollados.

Tlacotzin sinti que entraba en una inmensa tumba. De las celdas con barrotes de fierro salan gemidos y lamentos, contrapunteados con fervientes plegarias. Era sin duda un lugar donde se llevaba a la gente para infligirle torturas, pens. En una modesta capilla de paredes encaladas,. Tena la misma sonrisa ebria de los oficiantes del rito en la cueva, y Tlacotzin se pregunt si l tambin haba fumado la caa de humo aromtico. La llegada de Ameyali sac del trance al franciscano.

Le promet al nio y aqu lo tiene, padre. Complacido por haber logrado salvar otra alma, el franciscano salud a la madre con entusiasmo, pero su piadosa satisfaccin se troc en alarma al ver sus pies en carne viva.

Por Dios, Ameyali, mira cmo vienes. Ahora mismo te llevo al hospital. Pero antes hgame la merced de bendecirlo las lgrimas de Ameyali abrieron una cuarteadura en su rido rostro.

Mi esposo lo quera sacrificar para darle a beber su sangre al demonio. Llegu justito a tiempo para salvarlo. La acusacin abri un abismo en la conciencia de Tlacotzin, que de pronto crey descubrir las secretas intenciones de Axotcatl. La ceremonia que haba presenciado era solo un prembulo, la probadita de sangre previa al destazamiento.

Cuando los verdugos despertaran iban a pasarlo a cuchillo y acaso su padre sera el encargado de sacarle las tripas. Con razn fue tan.

Bienvenido al templo del Seor! Lo bendijo fray Gil. Maana mismo te bautizaremos. Al levantar los ojos, Tlacotzin mir el altar de la capilla, donde haba una imagen del sagrado corazn de Jess. Al ver la vscera sangrante con el cngulo de espinas tuvo un vahdo y se desplom sobre las baldosas.

Haba sentido en el alma el postrer aleteo de la codorniz desollada. El clrigo atribuy la atrocidad que haba cometido a una posesin diablica y le prescribi una vida de recogimiento, alejado de todos los amigos que lo orillaban al vicio. La oracin y la mortificacin son las dos alas con que vuela el espritu para escapar de la miseria terrenal dijo, y le impuso como penitencia rezar cada da cinco avemaras y un. Paternster a todos los santos de su devocin. Como Onsimo tena una idea mercantilista de la justicia divina, crey necesario rezarle a casi toda la corte celestial, para compensar la gravedad del pecado con la cantidad de oraciones.

De madrugada, en ayunas, imploraba perdn a la Reina de los ngeles y a su Preciossimo Hijo. Por si acaso ellos no le prestaran odos, rogaba al bienaventurado san Diego, a las Once Mil Vrgenes, a san Nicols Tolentino, a san Jos y a san Bartolo que intercedieran por l ante el Juez Supremo, hasta perder el resuello de tanto darse golpes de pecho.

Y antes de. Oraba y haca penitencia con sincera devocin, pero no obstante conocer la gravedad de su pecado, en ningn momento juzg necesario pedirle perdn a su hija, pues crea que al rebajarse frente a ella perdera por completo la autoridad paterna. Bien lo deca el padre Justiniano: la nia estaba muy en agraz para entender las debilidades de la carne, y si l se las explicaba, poda inducirla a pecar con el pensamiento.

Tambin Crisanta estaba cambiada. En vano sus amigas la invitaban a jugar. Le haba perdido el gusto a los juegos infantiles, y ahora se pasaba las tardes cavilando en la ventana, quieta como una grgola. Ya ni siquiera se colgaba dijes en el cuello, temerosa de provocar al monstruo con cualquier seal de coquetera. Era una vieja con cuerpo de nia, una viuda de su propia inocencia, que oa las risas infantiles como ecos de un pasado remoto.

Si hubiese podido alejarse de Onsimo, tal vez habra restaado pronto su herida. Pero el padre Justiniano crea necesario que orara por l, siguiendo el ejemplo de Jess cuando puso la otra mejilla, y cada jueves tena que acompaarlo a la. Ella oraba sin conviccin, doblemente agraviada por el hecho de que su padre, tan humilde y contrito con las imgenes sagradas, no se disculpara con ella, la vctima del atropello. Por lo menos ahora estaba a salvo de sus golpizas, pero el amor y el respeto que alguna vez le tuvo se haban quebrado en mil pedazos.

Antes de orlo jadear como cerdo, crea ingenuamente que su padre obraba de buena fe cuando le impona castigos brutales, como encadenarla toda la tarde a los barrotes de la cama para impedirle ir al teatro. Ya no poda engaarse ms con esas mentiras piadosas.

Era indudable que senta placer con su dolor, por algo tena esa cara de xtasis en el momento de poseerla. Si haba sido capaz de tal abominacin, qu no hara cuando ella creciera y se pareciera ms a Dorotea?

Lo conoca demasiado bien para creer en su farsa expiatoria. En el mejor de los casos, pensaba, sus penitencias habran logrado adormecer a la bestia, no exterminarla, y el da menos pensado despertara con ms apetito de carne tierna. Junto con la sobriedad, Onsimo recobr la disciplina en el trabajo, y volvi a fabricar tramoyas como en sus.

Gracias a una componenda con los miembros del cabildo metropolitano, que protegieron a los tramoyeros espaoles a cambio de una tajada de sus ganancias, el gremio gan la batalla a los jefes de compaa que contrataban artesanos indios. Onsimo haba peleado a mojicones con ms de un borracho por defender ese privilegio, y sin embargo, una inquietud religiosa le impidi celebrar la victoria: Cmo poda alcanzar la salvacin si continuaba vinculado a los comediantes, esa gente licenciosa y procaz, vilipendiada desde todos los plpitos?

El teatro era un seminario de pasiones donde el triunfo del pecado incitaba a. Expuso su predicamento al padre Justiniano, y el sacerdote, conmovido, le aconsej emplear sus dotes de carpintero y ebanista en otro oficio ms noble.

Con frecuencia, los fieles que velaban muertos en su parroquia necesitaban comprar atades: por qu no los fabricaba l, y por cada cajn de muerto le daba un diezmo para obras pas?

Entusiasmado por la oportunidad de limpiar su reputacin, Onsimo renunci al gremio de tramoyeros. A diferencia del teatro, la muerte no era un negocio de temporadas, pues dejaba dinero en todo momento, y en poco.

Su bonanza se reflej de inmediato en el vestuario de Crisanta, que al fin pudo estrenar zapatos. Con los ahorros de seis meses compr una mula y una carreta para transportar los atades hasta la parroquia de Santa Catarina, servicio por el que tambin devengaba honorarios. Hasta pudo inscribirse en una cofrada, la Hermandad del Descendimiento de la Cruz y el Santo Sepulcro, formada por comerciantes de mediano peculio, la mayora originarios de la Rioja, su pueblo natal.

La gente que antes lo encontraba tirado en las banquetas ahora se quitaba el sombrero al verlo pasar. Adems de darle lustre social, su trabajo lo inclinaba a la penitencia, pues al tallar los cajones tena que pensar en la caducidad de la arcilla humana, ejercicio espiritual infalible para ahuyentar a la tentacin.

Pero Onsimo no se conform con cambiar de oficio: quera un cambio completo de vida, y para alejarse lo ms posible del teatro del Hospital Real, un lugar fatalmente asociado al recuerdo de Dorotea, se mud con su hija a la calle de la Vernica, en el otro extremo de la ciudad. Ah pudo cumplir un sueo acariciado desde su llegada a la Nueva Espaa: rentar una cmoda vivienda en los altos de una casa respetable y bien.

Para Crisanta, la mudanza fue un golpe letal, porque viviendo tan lejos del teatro, ya no poda darse escapadas para ver los ensayos. Si antes haba aborrecido a los amigos borrachines de su pap, ahora los extraaba, pues desde la entrada de Onsimo en la cofrada, solo frecuentaban su casa beatas enlutadas, invlidos gruones y sacristanes de caras lgubres que se reunan dos veces por semana a rezar novenarios.



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